Hilachas de la memoria
Cuando nací no hacía todavía un siglo de la fundación de la hoy ciudad de Veinticinco de Mayo, en la pampa húmeda. En mi infancia mi abuela Agustina me contaba la historia oral escuchada de los primeros pobladores del pueblo que surgió al amparo del Fortín Mulitas, en la frontera con el indio, de los malones de los mapuches y ranqueles, del cacique Calfucurá y su hijo Namuncurá, al que había conocido, igual que al cura Bibolini, llevando pistola al cinto. Crecí oyendo otros relatos, los de una Castilla y un País Vasco míticos en el recuerdo de mis antepasados y conocí a José, un gaucho analfabeto y memorioso que vivía en el patio del fondo de mi casa y recitaba el Martín Fierro, y a maestras bondadosas que me animaban como a otros alumnos aplicados, escribiendo en mis cuadernos: “Ud. puede llegar a ser Presidente de la República”.
En mi juventud, cuando estudiaba en el caserón de San Bernardo, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas gracias a una beca, conocí una España menos utópica, la del pan negro, alguna partida de guerrilleros, las “montañas nevadas y banderas al viento” y las tertulias en Gambrinus y El Comercial. Una España que calzaba alpargatas, se calentaba en los inviernos con braseros en las mesas camillas, pero era más acogedora y familiar que la de hoy.
Volví a Buenos Aires e inicié mi vida como periodista. En la década de 1950 a 1960 viaje por casi todos los países de Suramérica y el Caribe y por mis reportajes sobre el bogotazo y el nacimiento de las guerrillas en los Llanos Orientales, la Revolución Libertadora argentina y la Revolución cubana empecé a ser conocido como un periodista especializado en asuntos iberoamericanos. En los veinte siguientes fuí corresponsal con base en España y estuve como enviado especial en la revolución de los ayatollás, la independencia de Guinea, el conflicto sahariano, la muerte de Nasser, el asesinato de Rabin, la intervención norteamericana en Panamá, la Revolución de los claveles en Portugal, debí informar de elecciones en Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña y el conclave que eligió a Pablo VI, ir a Rumanía, Bulgaria, Irlanda y Marruecos y seguir la actualidad argentina, la española y todo lo relacionado con Perón en Puerta de Hierro.
Pero no se trata de escribir mi biografía, aunque algo de ella aparece en diversas partes de estas Hilachas de la Memoria. Lo que pretendo con esta web es poner a disposición de cuantos puedan interesarles, historiadores, periodistas o curiosos, mis crónicas y otros textos, y una selección de mis reportajes, crónicas, entrevistas y artículos de prensa. En algunos de mis libros de historia, fruto de dos décadas de investigaciones, creo haber abierto caminos que pueden ser seguidos y profundizados por los que los lean o consulten; con los artículos doy mi testimonio y visión personal de acontecimientos que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XX y de sus protagonistas, conocidos unos, olvidados o anónimos otros. Crónicas escritas siempre con urgencia, sobre el terreno y en el momento en que tenían lugar los hechos.
Vistas desde el hoy, la distancia me parece inmensa. Los cambios sociales, culturales, ideológicos y tecnológicos han sido enormes. Baste decir que mis primeras crónicas tenían que aguantar cuatro días porque llegaban a los periódicos por correo, o que en la Navidad de 1961, cuando Franco resultó herido en un accidente de caza, como corresponsal de la agencia AFP saqué 18 minutos de ventaja a Reuters, o que cuando el almirante Carrero Blanco fue asesinado envié la noticia 11 minutos antes que mis colegas. Con los medios técnicos actuales tales “scoops” serían imposibles.
Resulta también difícil de entender, incluso de recordar, el retorcimiento que era preciso para pensar y escribir en algunas circunstancias concretas, en países que vivían a la defensiva, con un espíritu de asedio, como la España de Franco, la Argentina de los años de plomo, Israel, Irán o Cuba. Periodos de la historia de esos países que tenían un clima de ciudad sitiada, dominada por la sospecha y el recelo, el temor a la traición o al desfallecimiento; en que la presión del ambiente oprimía no solo al corresponsal o enviado especial sino que era un fenómeno colectivo que actuaba sobre todos, sostenido por la fuerza involuntaria de los discrepantes.
En la última década del pasado siglo me dí cuenta que los periodistas somos testigos de la historia, contamos lo que está sucediendo y nuestros artículos, crónicas y reportajes no solo influyen o pueden influir en la opinión de su tiempo, sino aportar datos para quienes quieran conocerlo en tiempos futuros. Creo que ese fue el motivo por el que me dediqué a partir de entonces a escribir obras históricas, basándome en libros, periódicos y documentos, comprendiendo que la memoria engaña y mixtifica acontecimientos pasados.
Por estas razones y teniendo en cuenta mis debilidades y limitaciones, que espero el lector sabrá perdonar, presento mi web bajo el título de Hilachas de la memoria.
Armando Rubén Puente.