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Alicia Oliveira y los asados en Villa San Ignacio

Alicia Oliveira había sido nombrada por el gobierno de Cámpora jueza de lo penal, la primera mujer que ocupaba ese cargo. «Cuando se inició el proceso me echaron del cargo y Bergoglio me mandó un ramo de flores. Los militares decretaron mi captura y fueron a detenerme, pero por suerte no me encontraron, yo zafé y me escondí», nos cuenta. «Estuve dos meses viviendo en la casa mi amiga Nilda Garré, que había sido alumna en El Salvador y ahora es ministra de Seguridad en el Gobierno de Cristina. Uno de mis hijos iba a El Salvador y yo vivía angustiada de que no pudiera verme. Entonces, el padre Jorge Bergoglio, que era amigo mío, me fue a buscar a casa de Nilda, me llevó en su auto y entrando en el colegio me dejó en el patio para que pudiera reunirme con mi hijo. No una sino varias veces».

«Ya en febrero, antes del golpe, fue a verme al juzgado para decirme que la mano venía muy pesada. “Le pido que se venga a vivir al Colegio Máximo, a vivir con nosotros”, me dijo. Me acuerdo que le contesté: prefiero que me agarren los militares antes que irme a vivir con los curas. Por entonces nos veíamos dos veces por semana. Él acompaña a los curas de las villas y yo estaba informada de lo que sucedía en esos barrios periféricos. En los meses que estuve escondida en la casa de Nilda Garré, más de una vez me acordé de la advertencia y ofrecimiento que me había hecho. Luego me levantaron la captura y se solucionó la situación, hasta por ahí nomás, porque la dictadura era terrible. Jorge pensaba como yo».

«Yo había sido profesora en la Universidad de El Salvador. Cuando recuperé la libertad de movimientos él me obligó a hacer el doctorado y volver a dar clases. Yo les contaba a los alumnos lo que hacían los chinos, las torturas y castigos atroces que se utilizaban en el régimen de Mao, y los chicos me preguntaban cómo podía allí dormir tranquila la gente. Yo les contestaba: lo mismo pasa hoy en Argentina».

«Jorge ayudó a mucha gente durante el Proceso. Recuerdo el caso de un hombre al que salvó. Lo tenía escondido, estaba muy marcado y no podía irse al extranjero. Como se parecía a él, le dio su cédula de identidad y su clergyman y así pudo salir. Eso no lo hace cualquiera y muchísimo menos en aquel tiempo».

«Cuando yo ya pude salir a la calle nos reuníamos todos los domingos en Villa San Ignacio, la Casa de Ejercicios que está frente a la gran base militar de Campo de Mayo. Allí Jorge, el Provincial hacía un gran asado y despedía a gente que cobijaba en alguna parte, aunque no sé dónde. Desde allí escapaban al extranjero. El hermano Salvador Mura, que era su secretario, los llevaba hasta Ezeiza o incluso hasta Paso de los Libres. Otras veces era Jorge quien los acompañaba hasta el aeropuerto. Nilda Garré puede confirmarlo, porque una vez la llevé al asado. Nunca le pregunté a Jorge cómo los sacaba y a donde iban. Mejor era ignorarlo entonces. Lo que sé es que él se arriesgaba por ellos una y otra vez. Por eso a mí no me pueden venir con cuentos sobre quién es Jorge Bergoglio».