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Un tercerón en Alcalá de Henares

El 4 de septiembre de aquel año, Jorge Bergoglio llegó a Madrid. Lo esperaban en el aeropuerto de Barajas dos miembros de la Compañía que lo llevaron a Alcalá de Henares. San Ignacio de Loyola decía que los largos años de estudio en el seminario y en las facultades de Filosofía y Teología podían ahogar el espíritu y por eso instituyó en la última parte de la formación la tertiam probationem.

El padre Enrique Climent, actual superior de la residencia alcalaína, me explicó que «todo jesuita hace los Ejercicios Espirituales al menos dos veces en su vida, primero en el noviciado y luego en la probación, que tiene por objeto recuperar la espiritualidad porque, como dijo San Ignacio, el corazón se gasta después de tanto estudio. Después del cultivo cultural llega, al final, el espiritual y contemplativo. En ese periodo, escuela del corazón, se vuelve a las raíces, a por qué somos jesuitas; se leen los documentos fundacionales, especialmente ciertos puntos de nuestras constituciones, se hace un mes de Ejercicios Espirituales, se reza diariamente el oficio de horas y se realizan algunas obras de caridad, porque San Ignacio insistía que en ningún momento debe perderse el contacto con los pobres».

En una habitación monacal -una cama, una silla, una mesa y suelo de ladrillo- pasó cinco meses el padre Jorge, viviendo en un ambiente de silencio, de oración, de discernimiento y de caridad junto con otros doce jóvenes, de los cuales ocho eran españoles, cuatro iberoamericanos, uno estadounidense y uno japonés.

«El padre José Arroyo era nuestro instructor. Jorge era muy piadoso, humilde y sencillo», me dice el padre Jesús María Alemany. «Con él paseaba, unas veces en silencio, otras conversando, por el gran pinar que rodeaba al edificio. Los tercerones hacíamos el servicio de caridad en el hospitalillo de Antezana, cuidábamos ancianos y visitamos la cárcel de la Galera».

Era el primer año que se hacía en Alcalá de Henares la «tercera probación», que según el padre Climent, recibieron en vísperas de la Navidad. «A partir de esa ceremonia, el padre Jorge renovó la promesa de vivir y morir en la Compañía, sirviendo al Señor en la ayuda al prójimo, fue considerado apto para ser jesuita e invitado a hacer los últimos votos».